Hace más de 20 años, en el caso
de Glorimar Pérez el investigador recogió objetos en el área del crimen aunque
posiblemente en ese momento no tuvieron ninguna utilidad. Presumo que no encontraron huellas digitales
de nadie. Sin embargo, esos objetos
ahora son el eje de una controversia porque por un lado la defensa alega que la
ausencia de DNA de los convictos en dichos objetos los exime o por lo menos
justifica un nuevo juicio. Por otro lado
el ministerio público alega que dichos objetos no aportan nada al caso porque
el lugar de donde fueron recogidos era un área donde personas acudían a tener
relaciones sexuales y/o a consumir drogas.
En el caso del niño Lorenzo los
investigadores entraban y salían de la escena sin saber quién custodiaba la
misma una vez ellos la dejaban.
Recogieron objetos del alegado asesino y no hicieron pruebas de DNA, que
si estaban disponibles. De hecho, ni
siquiera recogieron dichos objetos de inmediato sino que los recogieron al día
siguiente de verlos.
En el primer caso, el
Departamento de Justicia (DJ) fue el que decidió que se hicieran las pruebas de
DNA, escogió los objetos. Ahora, de
manera prepotente el fiscal dice que ese resultado no vale, que el veredicto se
presume correcto y que se va a oponer a cualquier petición de excarcelación o
nuevo juicio. Sería interesante que se
informara el costo de esas pruebas cuando se vaya a la vista de petición de
nuevo juicio y que el fiscal le explique al juez como es que luego de que el DJ
solito, sin intervención de la defensa y usando miles de dólares de fondos públicos
decide hacer unos análisis para luego decir que no los va a tomar en cuenta.
En el segundo caso, ya hasta
aburre: ni huellas, ni DNA, ni testigos, ni video que implique al acusado. Pero el DJ insiste de manera obstinada en
procesar a su sospechoso favorito y obviar la detección de DNA de otras
personas, que en este caso si tienen cara y nombre.
Ciertamente, estos 2 casos han
dejado muy mal parado al sistema de justicia de Puerto Rico y deja ver sin
lugar a dudas el estado de indefensión en
que queda el ciudadano común y corriente que no tiene acceso a los famosos
criminalistas y exsecretarios y exfiscales.
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